Las relaciones públicas, sector libre de posverdad


Posverdad es la palabra de moda. La leemos en los periódicos, la oímos en la radio y la vemos en la televisión. También en las portadas de los libros de cualquier librería, y hasta en el diccionario Oxford, que la ha nombrado palabra del año 2016.

Sin embargo, que esté de moda no significa que sea necesariamente buena. Pese a que la acepción más aceptada es la de que se refiere a “circunstancias en que los hechos objetivos influyen menos en la formación de la opinión pública, que los llamamientos a la emoción y a la creencia personal”, muchos autores apuntan a que este término es un neologismo, o incluso un eufemismo, de la mucho más antigua y malsonante palabra mentira. La frase “Los británicos han votado a favor del Brexit aunque las encuestas decían lo contrario debido a la posverdad” puede traducirse como que mintieron cuando les preguntaron sobre el sentido de su voto sobre si querían o no quedarse en la unión europea. Y lo mismo con el referéndum sobre las FARC en Colombia o con la victoria de Donald Trump en Estados Unidos.

Al ver la dichosa posverdad en todos lados, un profesional de las relaciones públicas puede empezar a preguntarse si debería sumarse a esta tendencia, si apelar a las creencias de los lectores para mejorar la imagen de sus clientes, aunque los contenidos de los que esté hablando no sean ciertos. Y no nos engañemos, es posible que funcionara pero, ¿seríamos buenos profesionales y, aún más importante, buenas personas?

Quienes nos dedicamos a la comunicación nos debemos a la verdad, sin ningún prefijo delante. Puede que consiguiéramos más impactos y más entrevistas, pero no estaríamos haciendo bien nuestro trabajo. Además, las mentiras siempre acaban cayendo por su propio peso, y nuestra credibilidad es uno de nuestros valores más importantes. Por eso, para nosotros la palabra de este año, y de todos los siguientes, debe ser verdad.